Hemos tenido una nueva reunión de soñadores, en esta ocasión para hablar del libro de Adelaida García Morales. Se trata de un libro pequeño pero cargado de sentimientos.
La historia de una niña que evoca los recuerdos de su padre. Desde el principio advertimos una profunda tristeza que se va apoderando poco a poco del relato.
Adriana echa de menos a su padre pero quizás lo que más añora es el hecho de no haber llegado a comprender realmente a ese hombre, tiene ese anhelo de entender la vida de su padre y así quizá hallar las preguntas que su muerte dejaron en su alma.
Su padre como un ser lejano y al que a pesar de todo se siente tan cercana. Él no estuvo a su lado cuando más le necesitaba pero aún así hay un vínculo entre ellos inquebrantable que permanece incluso tras la muerte.
Quizás el hecho de no haber sido capaz de comprender el intenso dolor del alma de su padre la atrapa y la limita mucho más que su pérdida.
Durante toda la novela la soledad se va a apoderando de los personajes y se ve reflejada en el entorno. Esa casona situada en algún lugar del norte que va poco a poco deteriorándose, haciéndose más oscura y solitaria como los seres que la habitan.
“Nunca olvidaré la impenetrable oscuridad que envolvía la casa cuando tú desapareciste.”
“Aquella noche sentí que el tiempo era siempre destrucción. Yo no conocía otra cosa. El jardín, la casa, las personas que la habitábamos, incluso yo con mis quince años, estábamos envueltos en aquel mismo destino de muerte que parecía arrastrarnos contigo.”
También gracias a esa descripción gris y triste del entorno nos sitúa de modo emocional en la época descrita, un tiempo de posguerra donde las personas aún están envueltas en una tristeza y oscuridad que permanece durante mucho tiempo en la piel, como si el fantasma de la guerra aún resonase en sus oídos. La pluma de Adelaida nos muestra una época, con delicada elegancia y a la vez nos acerca a territorios comunes del ser humano, en los que es fácil dejarse arrastrar cuando no somos capaces de limpiar, de sacudir los acontecimientos difíciles y duros; y dejamos que se nos pose lentamente en el alma, envolviéndola en una segunda piel que ahoga y atrapa.
“Había en ti algo limpio y luminoso y, al mismo tiempo, un gesto de tristeza que con los años se fue tornando en una profunda amargura y en una dureza implacable.”
Esta novela corta juega con las soledades que habitan en el interior del ser humano, son soledades que se pegan en el alma, que nos impiden avanzar, que acaban no dejándonos ver las personas que están a nuestro alrededor. Esto sucede con el padre de Adriana que atrapado en su pasado y en su dolor, es incapaz de ver la inmensa soledad a la que esta condenando a su hija o la angustia de su mujer.
Y el enorme vacío afectivo en el que ambos están dejando crecer a Adriana.
Cuántas veces los seres humanos nos envolvemos en nuestro propio mundo y no dejamos entrar ni siquiera a aquellos que nos aman, que necesitan nuestro cariño, y a los que también nosotros amamos en el fondo, pero que perdidos en nuestro propio egoísmo, hemos olvidado.
Adriana necesitará ese viaje al sur para entender a su padre y poder dejar atrás la oscuridad.
Esta novela nos recuerda la necesidad de no perdernos en nuestras soledades, angustias, dolores… porque todos los seres humanos los poseemos, serán reales o inventados, acaban cobrando vida en nuestra alma, y lo más honesto y real que podemos hacer es enfrentarnos a ellos, entender que los tenemos pero que no somos los únicos, alzar los ojos de nuestro ombligo y mirar a nuestro alrededor.
Encontrar ese sur que nos ilumine y nos haga sonreír.
Deseando que seáis capaces de no perderos en vuestras soledades se despide
Gota de Lluvia.