Querida Humanidad: ¿a dónde vas?” por Laura María Fernández
Tu destino es avanzar, caminar inexorablemente hacia adelante, hacia ese horizonte dorado que promete el amanecer de un mañana mejor.
Ansías elevarte, rozar con tus dedos el cielo azul, volar con las majestuosas águilas y los cantarines pájaros. En algún lugar, esperas hallar un remanso de paz en donde poder vivir y construir tu casa. Tu verdadero Hogar.
Pero antes, has de buscarlo, encontrarlo entre los oscuros nubarrones que lo ocultan y las fuertes tormentas que te apartan de él. La oscuridad, que no es más que la falta de Luz, es la que te ha confundido con sus distintas formas. Egoísmo, maldad, vicio, pereza…han nublado tus ojos y no te dejan ver tu dorado destino. No obstante, tú no dejas de avanzar y avanzar…
Querida Humanidad, ¿a dónde vas? Si no ves más allá de tu propia sombra ni conoces los deslumbrantes puertos que te esperan, ¿a dónde te diriges?
Extiendes tus manos, pero al no estar guiadas por el calor de la generosidad y la acción desinteresada, no encuentras más que la hostilidad de tus sueños vacíos y tu propia vanidad. Mueves tus piernas con la intención de caminar, pero tropiezas con tus pies, que son pesados y están anclados en el sinsentido.
Al final, comprendes que así no llegarás jamás a tu deseado Hogar y te ves a ti misma triste, desesperada, desolada. Cada vez más perdida en tu caminar, cansada, desamparada y…enferma.
Querida Humanidad, no desesperes. Algún día serás capaz de encontrar tu diamantina brújula, que te conducirá a tu armoniosa morada; tu elixir de eternidad, que te devolverá las saludables fuerzas para levantarte y caminar de nuevo, siendo digna de enfrentarte a todos los obstáculos que se te presenten.
Tus hijos, que somos todos nosotros, buscaremos la Luz que está presente desde los albores de los tiempos para alumbrar tu sendero, el fuego que te iluminará en las noches oscuras y la esperanza que devolverá el brillo a tus ojos.
No estás sola, nuestro Amor por ti es grande y nos hará luchar por ti, así como por cada uno de nosotros. Nos hará protegerte de las tempestades, abrigarte del frío de la incertidumbre y aliviarte del mal de la ignorancia.
Juntos alcanzaremos la Luz y podremos construir un futuro mejor. Juntos miraremos al horizonte y sabremos a dónde nos dirigimos. Juntos llegaremos a nuestro Hogar.
Y ya allí, siendo todos Uno, viviremos en Paz, Armonía y Salud.
¡Que viva la Humanidad!
Segundo Premio
“Por favor, introspección” por Maitane Jiménez
Hola, ¿Qué tal?
No aguantaba más. Todo va fatal y necesitaba charlar. No sé que será de ti, te fuiste sin avisar. Hace mucho que no te veo, pero cada poco te recreo.
No me creo que te hayan olvidado. No quiero. Aunque la verdad, algunos nacen cegados por la hoguera, otros solo ven las sombras que proyecta. ¿A los que nunca salen afuera también les llamamos humanos? ¿O solo egocéntricos adoctrinados?
Crecí creyendo en ti ciegamente, pensando que eras lo que me definía, todo alegría. Un amor incondicional. Ahora lo veo platónico y un poco tóxico, ¿Verdad?
Así me enseñó mi ama, a dar sin esperar. Y no éramos cristianas, solo humildes mentes sanas. Entonces tú eras pura y sincera, yo una cría que creía en la justicia carroñera.
Pronto empecé a despertar. Al ver que de mí se reían, por ser más altita, buena y comprensiva. Al ver que no había pan para tanta barriga productiva, pero sobraba paz para los de arriba.
Aún así yo te sentía viva, en las lagrimas del artista, en cada autogestión activista y en el sudor de la familia marginada. Incluso cuando las torres cayeron y a muchos silenciaron.
Cuando los trenes estallaron y todo manipularon. Entre tanta brutalidad y fanatismo, yo seguía viendo un atisbo. Capacidad. A un joven haciéndose preguntas. “¡Dudad!”. A un periodista sin adulterar. Bagdad. La verdad. Destrucción masiva sí. Pero de humanidad.
Me dije: “Bueno, da igual, me quiere y esto se va a arreglar. No puede desaparecer sin más”. La batalla no había hecho más que empezar.
Lo nuestro fue cambiando sin parar. Hay días en los que te mataría. Porque me haces ser una incomprendida. Niña Índiga. Ver como miles se ahogan en la orilla, sin acogida. Aquí mientras, avenidas concurridas, mares de pantallas que hipnotizan. Ya lo dijo Galeano, pasa por no escucharnos. Perfectos seres mundanos, creyéndonos los amos.
Me haces sentir pequeñita. Cada vez que en África a una niña mutilan, asesinan en vida y a mi hermana cosifican. Ganas de invocar a Toffana. ¿Tú mientras dónde estás? Pensaba que me apoyarías, pero solo me haces hundirme más. Esta relación no avanza ya.
Otros días, me siento afortunada, de que formes parte del compuesto de mi cerebro predispuesto a pensar en los demás y a actuar sin reprochar. En eso consiste relacionar.
No usar, no limitar la libertad. Evitar el consumismo sentimental. Maldito capitalismo, nos ha ido a robar hasta la responsabilidad emocional, la voluntad de amar.
Lo peor de estar así de enganchada no es salir perjudicada sino que no se me quitan las ganas. Por mucho que me digan que está perdida, esta causa es la mía. La lucho porque creo que hay esperanza todavía. La veo en la templanza de la doctora y en la fuerza de la vejez en avalancha . Solidaridad que hace que venza la balanza
No sé ya si no me quieres o no te merece(mo)s. Únicamente tengo claro que no nos necesitamos. Nos mejoramos. Sin ti somos balas perdidas, almas vencidas. Si es que queremos ser perfectos seres humanos, no te vayas todavía.
Te quiero viva, EMPATÍA.
Lo haré toda la vida.
Tercer Premio
“Mi viaje” por Yolanda García
Querida Humanidad:
Nací en las altas montañas, con el primer deshielo de primavera, pura y cristalina. Brillando con el sol, y puliendo las rocas por las que pasaba, me alejé de aquel idílico lugar y me embarqué en un largo viaje dispuesta a transmitir la vitalidad de mi traslúcido cuerpo a todos aquellos seres con los que me encontrara.
En mi primera escala aparecí en un impoluto caserío. Sus habitantes trabajaban y cantaban, sembraban los campos o limpiaban los establos con una alegría natural, casi reverencial, llegando a insuflar su entusiasmo en todo lo que hacían. Ellos sabían de mi valor, me respetaban tal como era y una corriente de amistad verdadera nos unió. El amor inundaba el ambiente y yo contribuí a mantenerlo desparramando generosamente toda mi naturaleza prístina, alimentando su huerto o saciando su sed. Allí encontré la dicha al vivir en armonía y cual árbol que despliega su vigor yo sentí inigualable lozanía.
Pero llegó el momento de partir y mis designios me llevaron a encontrarme encerrada en una cápsula en forma de botella de PVC. Deslumbrante por fuera, me consumía en su interior y notaba como, inactiva y estancada, se diluía mi poder y llegaba exhausta a aquellos que me elegían en cualquier supermercado.
Mi pesadilla acababa de comenzar, algunas fábricas solicitaban mis servicios y me reclutaban para hacer el trabajo sucio. Yo me recalentaba al quitar el calor a sus productos, y en ese estado, cuando era arrojada a los ríos se hacía inviable que flora y fauna permanecieran en la zona. Otras veces, cuando me requerían en la mina, me añadían tan grandes concentraciones de metales y sulfatos que yo terminaba contaminada, y si trataba de descansar brevemente, en los canales subterráneos, me acosaban con los plaguicidas que provenían de algún cultivo agrícola. En los hogares no me iba mejor, me mezclaban con productos farmacéuticos que yo absorbía irremediablemente, provocando que, posteriormente, cualquiera que me llevara a su boca se viera afectado por ello. Las altas temperaturas me provocaban escasez de oxígeno y toda mi fuerza estaba siendo sesgada y debilitada.
Cerca ya de mi destino, cuando mi naturaleza había sido casi destruida por completo, participé junto con mis hermanas en una torrencial inundación. Con la fuerza que da la ceguera arrasamos todo lo que encontramos a nuestro paso, y en el envite se unieron residuos, aceites o gasolina y todos juntos fuimos a desembocar malparados en la costa. Allí nos encontramos con millones de micropartículas de plásticos que, sin dejar pasar los rayos del sol, nos envolvían, confiriendo un aspecto desolador a aquel vasto territorio acuoso.
Balanceándome con el oleaje, aturdida, me preguntaba ¿por qué?, ¿por qué tu humanidad me habías convertido en un desecho?
Quizá, enferma de codicia y avidez perseguías un sueño efímero, y, en tu propia locura, manchabas aquello que tocabas, quedando yo maltrecha por tu propia enfermedad, convertida en un producto de tu maquinación y tus desajustes.
En mi bagaje había algo que reconfortaba mi corazón, había conocido seres humanos fuertes, que gozaban de una salud que se desarrollaba en todos los aspectos de su vida. Destacaba, entre todas, una perla reluciente que me acompañaba: me había deslizado, envuelta en un cierto sabor
a mar, por el rostro de una niña que te miraba a ti humanidad... en sus ojos un destello de compasión, y su fulgor me hizo comprender que no todo estaba perdido, que tu podías recobrar la vitalidad para afrontar un futuro creativo y en convivencia con todos los seres. Mi viaje no había sido en vano.