Hemos tenido una nueva reunión de soñadores, está vez reflexionando con uno de los grandes genios de la literatura Universal: William Shakespeare.
Hemos elegido “la tragedia de Ricardo III”.
En ella Shakespeare dibuja uno de sus más despiadados personajes: Ricardo III.
Primeramente me gustaría dejar claro que el Ricardo histórico poco tiene que ver con el malvado Ricardo de esta tragedia, así que nos centraremos únicamente en el ser creado por la pluma de Shakespeare y que como es habitual en él, no deja de ser un modo catártico de enfrentarnos a nosotros mismos.
Dicho esto estamos ante un personaje que nos fascina a pesar de sus atrocidades y fealdad.
Shakespeare utiliza casi una caricatura del ansia desmesurada del hombre por el poder, ese deseo que todo ser humano lleva dentro de alcanzar algún tipo de poder.
En un principio podría parecernos extraño el atractivo que puede llegar a ejercer en nosotros Ricardo, ya que parece estar tejido de sus propios intereses y en ningún momento se ve rastro de compasión o arrepentimiento ante sus fechorías.
Quizá lo fascinante del personaje es que asume su fealdad, que no tiene reparos en reconocerla y no pretende que se le tenga lastima e incluso asume que va a entrar en el juego de hacer lo necesario para conseguir poder, no es el hecho de conseguir ser rey, se trata más bien de un deseo de entrar en un juego de poder y no le importa la sangre que tenga que derramar para demostrar que no solo puedo jugar sino que puede ganar.
Quizá lo fascinante del personaje es que asume su fealdad, que no tiene reparos en reconocerla y no pretende que se le tenga lastima e incluso asume que va a entrar en el juego de hacer lo necesario para conseguir poder, no es el hecho de conseguir ser rey, se trata más bien de un deseo de entrar en un juego de poder y no le importa la sangre que tenga que derramar para demostrar que no solo puedo jugar sino que puede ganar.
En este juego él decide convertirse en un ser amoral, apagar su conciencia y jugar aunque le cueste su alma.
En otros malvados de Shakespeare, Macbeth por ejemplo, tienen quien les va llevando por es senda, ellos se dejan llevar cierto es, pero parecen tener un motor exterior que les “anima” a entrar.
Ricardo no, Ricardo asume esa posición es como si ya que fisicamente es feo y tullido y todos le ven como un pobre infeliz decidiría darles una lección demostrando que no le importa convertir su interior en reflejo de su exterior pero con un cierto punto de ironía. Sabe que la caída será enorme y posiblemente acabará con él, pero de algún modo asume las consecuencias de su horrible comportamiento.
Quizá sea esto lo que nos fascine del personaje, sus asesinados le atormentan en los sueños, sabe que tarde o temprano acabarán con él y aún así se empeña y esfuerza en ser manipulador, egoísta, asesino, malvado todo lo posible y más.
¿Shakespeare nos prevenía de nuestra costumbre de empeñarnos en dejarnos guiar por nuestros instintos más bajos a pesar de saber que no va a acabar bien?
Ricardo muere solo y con un pueblo que suspira aliviado de quitarse de encima al monstruo. ¿Le merece la pena a nuestro antihéroe apagar su conciencia solo para demostrar que puede jugar a este juego de poder?
Realmente creo que la genialidad de Shakespeare es presentarnos nuestros más bajos instintos llevados al extremo y dejar las preguntas planteadas, las cartas mostradas... ahora nuestro es el esfuerzo de buscar las respuesta,s de reflexionar sobre esas situaciones que todo humano vive dentro de si, eso si agrandadas y llevadas al extremo.
Pero no solo se trata de Ricardo, cada personaje actúa y se enfrenta a las pasiones de un modo u otro. Curiosamente las que sobreviven, excepto algún que otro caso, a la acción destructora de ese tornado llamado Ricardo son las mujeres.
Muchas de ellas arrastraran sus tristezas pero parecen ser capaces de no entrar totalmente en el juego de sombras al que arrastra a prácticamente todos los personajes masculinos Ricardo.
Me gusta el juego de plantear las preguntas y dejar que reflexionemos e intentemos desde nuestro interior y nuestras experiencias aplicar lo propuesto por Shakespeare.
Ya que somos actores de nuestra propia aventura atrevámonos a jugar, a actuar y a cambiar el guión de nuestra vida si creemos que ya es hora de dejar de ser víctimas de nosotros mismos.
Con estos deseos se despide
Gota de lluvia
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